sábado, 7 de septiembre de 2013

RESPETO Y CONFIANZA...


La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro. Es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción de un otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo. 
(Laurence Cornu






En sociología y psicología social, la confianza es la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de manera adecuada en una determinada situación y pensamientos. La confianza se verá más o menos reforzada en función de estas acciones.

La confianza genera respeto. El respeto es el juicio de aceptación del otro como un ser diferente de mí. Implica la aceptación de la diferencia. Implica la disposición a concederle al otro un espacio de plena y recíproca legitimidad. La confianza es, en cierto sentido, una capacidad emocional de actuar con los otros que tiene un importante reflejo no solo en el lenguaje, sino también en la corporalidad.

Pero esta creencia no solo se basa en la seguridad o esperanza firme que alguien tiene de otro individuo o de algo, sino en la familiaridad que se deposita en él, lo que supone una suspensión, al menos temporal, de la incertidumbre respecto a las acciones de los demás. Cuando alguien confía en el otro, cree que puede predecir sus acciones y comportamientos, pero… ¿realmente es esto predecible?

Cuando se pierde la confianza, existe un agotamiento emocional, ya que bien el medio o la mala intención de la persona, fomentan la incapacidad de cumplir con lo prometido de forma continuada en el tiempo.

Al final el secreto de la confianza es tan simple como, concederla y ganársela. 



sábado, 10 de agosto de 2013

EL MEJOR INGREDIENTE PARA LA FELICIDAD: EL OPTIMISMO


¿Cuántas veces hemos estado bajos de ánimo, algo deprimidos, y alguien se ha acercado con una sonrisa, nos ha hablado y, al cabo de un rato, nos hemos sentido mejor? Incluso en momentos de tensión, cuando solo vemos desesperanza, ese alguien nos llena de paz, energía, positividad y motivación. Son muchas las situaciones en los que las personas optimistas nos pueden ayudar a eliminar los pensamientos negativos, las emociones que nos debilitan y ahogan.

El optimismo es un motor que nos ayuda a adoptar una actitud abierta frente a los problemas, afrontándolos sin temores ni obstáculos, con fuerza y energía. Esta manera de abordar las adversidades crea confianza e ilusión en nosotros mismos, impulsándonos a avanzar hacia delante en nuestros sueños. Y si logramos alcanzar nuestros retos, refuerza la seguridad en uno mismo y sirve de impulsor para continuar.

Las dificultades hacen el camino

Sin embargo, no todos lo consiguen. Hay gente que se bloquea ante un problema y, en vez de buscar el camino, se quedan ciegos ante la realidad, atrincherándose en el pozo oscuro del fracaso. Son incapaces de hacer frente a las dificultades, estancándose sin saber qué hacer y perdiendo oportunidades que la vida les brinda.

Los pesimistas no ven los problemas como una oportunidad para superarse, para avanzar y fortalecerse. Y, al igual que ocurre con aquellos optimistas, el pesimista contagia su pesimismo y arrastra hacia el pozo a todos aquellos que están emocionalmente débiles.

Siempre hay una puerta abierta

¿Cómo salir del pozo y ayudar a alcanzar la felicidad?

Siempre se recurre a la famosa imagen de la espiral, del ciclo día-noche, primavera-verano-otoño-invierno, para recordarnos que todo cambia, se transmuta, que la vida está en constante movimiento y que el transcurso de los acontecimientos pueden cambiar.

El optimista siempre tiene la esperanza de que vuelva nuevamente tiempos mejores y, con ese pensamiento, sigue adelante y lucha.  Es capaz de saltar los contratiempos, las frustraciones, la desesperación y la apatía. Tiene la esperanza de que va a llegar y eso genera confianza e ilusión en lo que hace.

Por tanto, frente a ese estado anímico en el que todo el gris, hay que concienciarse de que se puede lograr. Si las cosas han salido mal es porque debemos cambiar nuestra forma de pensar, de ver la realidad desde otra óptica, porque siempre existen muchas alternativas. Solo hay que detenerse y ver cuál es la más idónea.

Nunca podemos rechazar la idea de progreso, de avance. Y esto solo se consigue con pequeños pasos. Un cambio en la percepción o en la forma de pensar debe ser paulatino, tranquilo, adquiriendo con ello seguridad y confianza en nosotros mismos.

Cierto es que existe la incertidumbre, el miedo al fracaso. Sin embargo, hay puertas que liberan esa apatía, ese temor a lo desconocido, y nos llevan a otra actitud más liberadora. El temor nos anula, nos impide avanzar. La mayoría de la gente que fracasa es porque tenían miedo de no poder conseguirlo, sin saber que son ellos mismos los que se impiden alcanzar la meta. Son ellos mismos los que se ponen obstáculos mentales que debilitan la voluntad. Para conseguir algo debemos aprender del fracaso, aceptando nuestros errores y corrigiéndolos.

En términos militares, solo pierde la guerra el que, en la primera batalla, permanece sentado lamentándose.

Es posible conquistar el mundo

Decía Swami Sivananda en su obra “El pensamiento y el poder”:

«La victoria sobre los pensamientos es realmente una victoria sobre todas las limitaciones, debilidades, ignorancia y muerte. La guerra interna con la mente es más terrible que las guerras externas con armas. La conquista de los pensamientos es más difícil que la conquista del mundo por la fuerza de las armas. Conquista tus pensamientos y habrás conquistado el mundo».


Hay más posibilidad de “conquistar” a través del optimismo, teniendo fe en uno mismo, seguridad en lo que se hace y con la esperanza de que se va a conseguir. Solo hay que levantarse en la primera derrota y seguir. Una vez de pié, otros seguirán el mismo camino gracias a la influencia contagiosa del optimismo.


LA RESPIRACIÓN... EL ARTE DE VIVIR


 

Pocas veces damos importancia a ese acto tan cotidiano, pero esencial para nuestra existencia, como es la respiración. No se trata simplemente de llevar oxígeno a los pulmones, es un acto que afecta a cada rincón de nuestro organismo para que podamos tener la suficiente energía y desarrollar distintas las actividades físicas y psicológicas.

La respiración: un proceso vital

Para que nuestro cuerpo disponga de la suficiente energía vital es necesario que se produzca en las células una combustión de oxígeno con carbohidratos, proteínas y grasas. Es por tanto, la respiración, un acto vital imprescindible para obtener ese elemento externo, como es el oxígeno, y expulsar el residuo creado por la combustión: el dióxido de carbono.

No obstante, también influye en el funcionamiento del organismo a nivel físico y mental. Una correcta respiración puede marcar el ritmo del corazón, el sistema circulatorio o los músculos para que no se sobrecarguen y deriven en enfermedades cardiovasculares y trastornos.

Efectos físicos y psicológicos

A nivel físico, una respiración adecuada permite que los pulmones y el tórax sean más flexibles,  incrementando la capacidad de respirar y llevar más oxígeno a la sangre. Supone un masaje a órganos tan importantes como el estómago, el intestino o el corazón, que se encargan de transformar los alimentos en nutrientes y transportarlos a todo el organismo.

Permite relajar los músculos del corazón, reduciendo sus latidos y la tensión arterial y liberándolo de una gran carga de trabajo. De esta forma, la contracción de los ventrículos se realiza de forma más eficiente, dotando al corazón de mayor fuerza y previniendo enfermedades cardiovasculares.

Así mismo, un constante suministro de oxígeno en la sangre permite limpiar el organismo eliminando las toxinas que pueden causar enfermedades. Gracias a esa limpieza, se rejuvenecen las glándulas, como las pituitarias y pineales,  que permiten regular los procesos y ciclos biológicos, dotando al cuerpo de una mayor capacidad de digerir los alimentos y una mejora del sistema nervioso y cardiovascular.

Desde el punto de vista mental, la respiración influye sobre nuestras emociones. En estados alegres suele ser más profunda y prolongada que en momentos de estrés, que suele ser más rápida y entrecortada, dando la sensación de asfixia. La correcta respiración oxigena el cerebro, llevando más energía hacia esa intensa actividad que desarrolla. Con ello conseguimos evitar el estrés, la ansiedad, la apnea, el insomnio, logrando mayor concentración y un estado de relajación y serenidad suficiente para que el organismo funcione adecuadamente.

Una respiración para cada situación

No siempre debemos respirar de la misma forma. Cada situación requiere una técnica distinta que permite restablecer el ritmo corporal y adaptarse al entorno. Ante todo es importante tener en cuenta que una buena respiración se realiza por la nariz, no por la boca, y los esfuerzos físicos, como inspirar intensamente o forzar el abdomen, restan eficacia provocando una alteración del ritmo. El espacio libre, sin humos ni gases, también cumple una función importante porque evitamos que lleguen a nuestros pulmones otras sustancias que pueden provocar enfermedades. Cuanto más tiempo respiremos al aire libre mayor bienestar sentiremos.

Respiración superior o clavicular

Este tipo de respiración es superficial ya que proporciona un mínimo de aire al trabajar solamente la parte superior de los pulmones. Cuando inspiramos, se produce un ligero movimiento clavicular, contrayéndose el abdomen. Se da en los casos de ansiedad, cuando utilizamos ropa muy ajustada en la cintura o tomamos una posición encorvada que nos impide una respiración abdominal.

Respiración media o intercostal

Es la respiración más común, consistente en que el aire llena la parte superior y media de los pulmones, subiendo el diafragma y contrayéndose el abdomen. Suele presentarse cuando caminamos o hacemos tareas de pie.

Respiración Abdominal o diafragmática

Es una respiración lenta y profunda, beneficiosa para eliminar la tensión y la ansiedad y regular la presión arterial y el ritmo cardíaco ya que tomamos la máxima cantidad de aire al llenar la parte más amplia de los pulmones: la inferior. Se utiliza más cuando descansamos o dormimos.

Con la inspiración, el aire va hacia la parte baja de los pulmones desplazando el diafragma hacia abajo y elevándose el abdomen con un suave masaje. La exhalación debe ser completa, vaciando lentamente de aire los pulmones hasta iniciar nuevamente el proceso.

Riesgos de una mala respiración

Una mala respiración puede suponer falta de oxígeno en el organismo, impidiendo que las células produzcan la energía necesaria. Con ello devienen cansancio, fatiga, ahogo, atrofia muscular; ansiedad, estrés, apneas, insomnio; trastornos grastrointestinales; enfermedades cardiovasculares, debilitamiento del sistema inmunitario.

Sin embargo, también puede afectar a las relaciones sociales. En el caso de la apnea, cuando se interrumpe la respiración durante al menos 10 segundos, puede producir en las personas que duermen cierto cansancio, irritabilidad y alteraciones conductuales. En estos casos se reducen los niveles de oxígeno y aumenta el dióxido de carbono, alterando el equilibrio del organismo que permanecerá en alerta durante todo el proceso de sueño sin permitir descansar. Una vez despiertos, la persona sigue teniendo fatiga, cansancio y falta de concentración para realizar tareas cotidianas.



lunes, 22 de julio de 2013

VACACIONES Y CONVIVENCIA FAMILIAR


Los meses de julio y agosto suelen ser los más ansiados cuando llega el verano. Después de un largo y frío invierno-primavera, el sol, la playa o montaña, las vacaciones, el tiempo libre, nos permite desconectar de la rutina diaria y disfrutar de aquellas actividades que más nos gustan.

Sin embargo no siempre disfrutamos y descansamos de ese preciado tiempo libre. Acostumbrados a estar más tiempo trabajando y tener una menor convivencia familiar, las vacaciones vienen a ser la antítesis. Mayor tiempo libre y más horas para estar en familia. Si no hay una organización del tiempo, unos objetivos y una adaptación al cambio, esos maravillosos días pueden convertirse en un verdadero problema de pareja.

La clave está siempre en la adaptación. Los primeros días son una especie de analgésico porque nos liberan de la tensión del trabajo, de las relaciones con los clientes y los jefes. Sin embargo, luego viene ese tiempo sobrante que días atrás lo cubríamos trabajando, un tiempo donde la convivencia y la comunicación de pareja es mayor y donde la relación emocional es más fuerte. ¿Qué hacer en estos casos?

Ante todo, es necesario establecer unos objetivos comunes para no tener la sensación de esa pérdida de tiempo libre que termina siendo semillero de discusiones sin sentido. Hacer algo en pareja, actividades comunes que liberen de esa tensión y permitan disfrutar de la vida con alegría y optimismo. Por ser las vacaciones el momento idóneo para salir de la rutina, esas tareas han de ir orientadas a romper la monotonía.

También hay que tener presente que las vacaciones no son sinónimo de recobrar todo el tiempo perdido junto a la pareja. Estar juntos todas las horas del día obliga a renunciar a ese tiempo que nos dedicamos a reflexionar, a estar solos, a tener nuestro propio espacio. Si bien es positivo hacer actividades en pareja, igualmente eficaz es dejar cierta libertad a la otra persona para no verse agobiada. De esta manera la adaptación será mejor.

La calma, la paciencia y la tranquilidad han de ser tres herramientas que debemos utilizar para esos malentendidos y discusiones que, a buen seguro, aparecerán. Sobretodo en los últimos días de vacaciones, cuando aparece el síndrome postvacacional o síndrome de la vuelta de vacaciones. En estos casos, hay que saber escuchar y hablar con tranquilidad, comprendiendo a la otra persona, tratando de sentir sus dudas, inquietudes o miedos. Nunca debemos utilizar las discusiones vacacionales para sacar a relucir lo peor de la otra persona, las desavenencias que tiempo atrás parecían superfluas e íbamos guardando en el subconsciente. Las vacaciones son una oportunidad de conocernos a nosotros mismos y conocer a la otra persona. Las actividades en común nos permiten ver el lado bueno de la gente porque nos permite colaborar, hacer cosas en beneficio del otro.


Las vacaciones suelen ser un constante test de pareja donde se valora si la relación es fuerte y ambos están preparados para afrontar las cosas con madurez. Diversos estudios confirman que uno de cada tres se divorcia tras las vacaciones como única vía para resolver los conflictos. ¿Realmente esa es la solución?

martes, 9 de julio de 2013

CONSEJOS ANTE SITUACIONES CONFLICTIVAS



El instinto más básico de todo animal es repeler la agresión por medios violentos. Sin embargo, el hombre tiene suficiente capacidad de autocontrol para conducir el conflicto por otras vías que mejoren la convivencia.

Pautas a seguir ante una agresión

Ante todo, es muy importante tener mucha paciencia y conservar la calma en todo momento y lugar. No nos dejemos llevar por las emociones y nunca ponerse a la altura del agresor. Esto permite cambiar su conducta y rebajar la tensión, aunque la otra persona crea que nos domina. Por esta razón es importante el autocontrol. Si controlamos nuestras emociones, controlaremos nuestro entorno.

Etapa inicial: rebajar el conflicto

Lo primero que hay que hacer, cuando una persona está agresiva, es marcar  una distancia prudente y respetar el espacio vital. Si estamos en un lugar público intentaremos llevarlo a una zona apartada donde nadie moleste. Cuantas menos interferencias existan mejor para reducir la tensión. Evitaremos realizar movimientos bruscos, manteniendo el cuerpo relajado pero en alerta, sin quitar la mirada. El agresor ha de ver que no toleraremos ninguna actitud violenta. No nos intimida su conducta. Pero estamos predispuestos a dialogar para que el conflicto cese.

Con el estado físico y emocional en que se encuentra el agresor es difícil que piense con lógica. Lo aconsejable es mantenernos tranquilos, hablando en tono suave y pausado para que la otra persona rebaje su voz a nuestro nivel. Los gritos son grandes estresores que impiden la comunicación, producen estrés y tensan más la situación.

Liberar los sentimientos y emociones mediante el diálogo

Una vez que el agresor está más calmado, permitirle expresarse libremente. Una buena vía de escape ante la violencia es dejar que la otra persona hable, se desahogue expresando sus sentimientos y emociones. Es importante no racionalizar, criticar lo que dice ni opinar o dar soluciones antes de haber contado toda la historia (síndrome del experto). No es el momento de buscar soluciones al problema. Simplemente debemos permitir que hable, sin interrupciones, mientras escuchamos activamente. Se trata de volver a la calma para que fluya la comunicación y el agresor controle sus emociones.

Etapa de negociación

Cuando el agresor esté más tranquilo y descubra que le escuchamos y comprendemos,  se puede pasar a la etapa de la negociación. Seguiremos hablando en un tono regular, grave, sin alteraciones y no perdiendo claridad en la expresión. La otra persona debe percibir en nosotros tranquilidad y confianza. Intentaremos definir la situación intercambiando impresiones. La comunicación no verbal es muy importante. Atenderemos a las señales que la otra persona nos envíe, consciente e inconscientemente, y responderemos abiertamente. Evitar conversaciones vacías, sin sentido y que no llevan a ningún lugar. Solo generan confusión y cansancio. Hablar lo preciso y escuchar mucho, prestando atención a lo que dice la otra persona, asintiendo, mirándole a la cara regularmente, comprendiendo lo que expresa y procurando entender por qué lo dice. Esto no significa estar de acuerdo con la otra persona, simplemente debemos conocer el contexto en el que se mueve, sus motivaciones y sentimientos, para buscar una solución que beneficie a todos.

Durante la conversación es importante parafrasear, verificar que hemos comprendido lo que nos han dicho con expresiones: “Por lo que me dices, entiendo que…”, “Si no he comprendido mal…”,  “Es decir, la cuestión es si…”, etc. De esta manera evitamos malos entendidos, malas interpretaciones y el interlocutor sabe que le escuchamos y le comprendemos, reforzando así la confianza y legitimación.

Hay que evitar las descalificaciones y los reproches y no buscar un culpable. Las etiquetas negativas refuerzan la actitud de defensa de la otra persona: “Tu problema es que eres un flojo…”, “No paras de quejarte…”, “Nunca haces nada…”, etc.

No abordar un tema hasta haber zanjado el actual. Es frecuente que durante una discusión (principal) salgan a relucir reproches que no hacen más que ramificar el conflicto hacia otros temas (segundarios), perdiendo el hilo principal. Lo que podía ser, en principio una pequeña discusión, termina siendo un conflicto que, si no se detiene, va aumentando como las “bolas de nieve”.

Todos solemos tener una agenda mental donde apuntamos lo negativo de la otra persona, lo que hace, dice y omite. Con el paso del tiempo, esa acumulación de información produce resentimiento y rencor y condiciona nuestra actitud en el momento de ponernos de acuerdo en algo. Si surge una discusión, echamos mano de esa agenda mental y reprochamos cosas como: “Pues tu hiciste tal día esto y se te olvidó…”, “No eres la única que hace tal cosa, como cuando fuimos a…”. Las críticas hay que hacerlas en el momento que se produce algún suceso que nos desagrada. De esta manera, cuando discutamos no lo utilicemos como arma arrojadiza.

Apartar el pasado es importante para mirar al futuro. ¿De qué sirve “sacar los trapos sucios”?  ¿Qué sentido tiene abrir viejas heridas? Si un asunto del pasado está zanjado, debe quedar ahí. No debemos olvidar para no caer en los mismos errores del pasado, pero no para revivirlo.

Centrarse en las actitudes concretas y no generalizar. Cuando generalizamos estamos etiquetando a alguien de algo que, a la larga, se hace realidad. ¿Cuántas veces se ha dicho: “Es que eres un flujo…”, “No sirves para nada…”, “Nunca haces tal cosa…”. En los niños es frecuente etiquetar y, a la larga, ellos se identifican con lo que le dicen. Un niño inteligente que no sabe encauzar su potencial, si en vez de ayudarle le etiquetan como inútil, terminará siendo inútil. En el caso de que estemos ante una situación tensa, lo que no se puede es generalizar como excusa a su actitud. Si generalizamos la actitud del agresor, este se sentirá más atacado y la agresividad aumentará.

Lo importante es el respeto, el diálogo, la escucha activa, la calma y la paciencia para centrar las energías en buscar respuestas a los conflictos y evitar la agresividad como arma. Nuestros miedos, impotencias y frustraciones no desaparecen por medio de la violencia. La paz solo se consigue mediante una eficaz “inteligencia emocional”.


A LA BÚSQUEDA DE UN NUEVO RUMBO



Es significativo que en las últimas décadas, con los avances tecnológicos, dediquemos esfuerzos a hacer la vida más sencilla, independiente y enriquecedora y, sin embargo, nos veamos subordinados por hábitos y actitudes preconcebidas, en un estilo de vida donde la rapidez con que suceden los acontecimientos no dan margen para la reflexión, el análisis y la crítica. Internet, las redes sociales y los medios de comunicación nos proporcionan una información a la carta, enlatada, dispuesta para que nos informen al instante, antes de quedar obsoleta. Continuamente nos bombardean con estímulos que impiden ver la realidad en toda su riqueza, limitando y bloqueando nuestra capacidad de discernir. Seguimos viviendo una educación estática, condicionada por la cultura, la sociedad y la familia.

Frente a esta falta de dinamismo es necesario desaprender, rechazar viejas creencias a favor del pluralismo, abrir la mente a la experiencia, aceptar nuevos estímulos e impresiones y cambiar los hábitos de pensamiento. En esta sociedad tecnológica y no industrial, de la que nos habla Eduardo Punset, es necesaria una auténtica honestidad intelectual donde cuestionemos las cosas objetivamente, observando y analizando la realidad de manera crítica y creativa. Un cambio de opinión no significa traicionar las propias ideas sino aceptar que puede haber nuevos caminos, otras realidades que difieren de las aprendidas anteriormente. No podemos conformarnos con soluciones ya establecidas, debemos buscar otras que nos lleven a un mejor conocimiento. Ya Descartes nos recomendaba que «para alcanzar la verdad es preciso una vez en la vida despojarse de todas las opiniones recibidas y reconstruir de nuevo todo el sistema de nuestros conocimientos». Elsa Punset, en su obra Brújula para navegantes emocionales, nos recuerda las palabras del escritor Alvin Toffler: «… en el futuro, la definición del analfabetismo no será la incapacidad de leer, sino la incapacidad de aprender, desaprender y volver a aprender». Para Elsa Punset, este es un proceso lento, que exige dedicación, sobre todo en las fases iniciales cuando tenemos que reconsiderar, poco a poco, cada creencia y prejuicio.

La necesidad de un cambio de rumbo

Para que se produzca el cambio hay que tener en cuenta dos factores que ayudaran en el proceso de desaprendizaje. Por un lado, es necesario partir de cero, revisar las ideas establecidas y crear nuevos conceptos. Estamos acostumbrados a la fijación funcional, a resolver los problemas de una forma rutinaria, siguiendo siempre un mismo patrón. Si cambiamos nuestra manera de organizar los procesos de pensamiento y aprendemos desde un enfoque más creativo, conseguiríamos romper nuestras limitaciones. En este sentido, es una alternativa la potenciación del pensamiento lateral como método para abrir la mente a otros criterios, para ver las cosas desde otra perspectiva y para reformar nuestras convicciones.


Por otro lado, es imprescindible desacelerar, cambiar el ritmo de vida sin llegar a la pasividad. Actualmente estamos inmersos en un exceso de trabajo, arrastrados por la frenética actividad productiva, la desproporcionada ambición y el alto rendimiento. Aunque vamos adentrándonos en la cultura del ocio, esta se presenta más como un producto de consumo que como una necesidad. Apenas hay tiempo para la introspección. Dedicamos pocas horas a replantear las ideas, analizar nuestros sentimientos, reflexionar, observar la vida, la naturaleza y nuestro entorno.

La calma no es sinónimo de inactividad

En ese camino hacia la desaceleración cobran gran importancia el ocio y el descanso. Al contrario de la creencia popular, ambos conceptos son valiosas herramientas que nos ayudan en la transformación. Siempre se han relacionado con la holgazanería, la pereza y el desinterés. El ocio, según la Real Academia Española, es la cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad; mientras que descanso significa quietud, reposo o pausa en el trabajo o fatiga. En este sentido, el tiempo destinado a esta pausa, a esta falta de trabajo, aparenta ser inútil, vacío y frívolo. Resulta un momento triste y amargo incluso para quien dispone de mucho tiempo libre.

Históricamente el ocio fue considerado un don divino según Virgilio, un privilegio de la minoría, propio de la aristocracia que podía dedicar el tiempo a no producir, mientras que el resto de la población debía dedicar la mayor parte de las horas a trabajar para subsistir. Trabajo y ocio siempre han sido dos conceptos antagónicos unidos a la productividad y el consumo. Thorstein Veblen, en su obra Theory of the Leisure Class, afirmaba que el ocio era como un «consumo no productivo de tiempo». Desde la Revolución Industrial, se entiende que solo puede haber un crecimiento y desarrollo económico a través del trabajo, la producción y el consumo. El ocio, en este sentido, choca con el modelo del sistema capitalista al entenderse que son valores sociales improductivos.

Lejos de la realidad y en su justa medida, el ocio y el descanso son fundamentales para el progreso social y la salud física y mental de las personas. No supone una pérdida de tiempo. El ocio, en consonancia con las ideas del sociólogo francés J. Dumazadier, no tiene por qué ser toda ausencia de trabajo. Son actividades que realiza voluntariamente un individuo para conseguir liberarse de sus obligaciones laborales, sociales y familiares. Es una actividad que proporciona creatividad, motivación, autoconfianza, satisfacción y diversión. Sirve de aliciente ante un trabajo poco gratificante, compensando ese tiempo de tareas obligatorias con otro que le permite renovarse. Gracias a esto, nos liberamos de aquellos inhibidores latentes, circuitos cerebrales que eliminan todas aquellas interferencias exteriores cuando realizamos una tarea. Porque estos inhibidores nos cierra las puertas a nuevas ideas y nuevas experiencias.

Hay que dejarse llevar

¿Cuántas veces nos vemos atrapados en un problema sin aparente solución? ¿Cuántas horas hemos perdido buscando respuestas hasta llegar a un callejón sin salida? Y, sin embargo, tras desistir en el empeño y centrarnos en otra tarea distinta nos viene la respuesta. Son muchos los científicos, humanistas, artistas y escritores que estando ocupados en una labor descubrieron algo que nada tenía que ver con lo que estaban haciendo. ¿Pura casualidad? No, se trata de serendipia. 

Los hallazgos aparentemente fortuitos surgen de un largo proceso de preparación e investigación. Cuando dejamos de trabajar en un problema, al abrir la mente a la imaginación, la reflexión y a estímulos externos, divagando sin rumbo aparente, se pone en marcha la red del punto muerto y el inconsciente incuba ideas que pueden ser útiles. El ocio, el descanso y la ensoñación nos permiten llegar a ese estado de inactividad consciente para que el inconsciente genere nuevas ideas. Einstein solía tocar el violín o leer novelas de Dostoievsky, Gandhi solía tejer, Bach estaba convencido de que el mejor momento para crear era entre la vigilia y el sueño y otros tantos utilizaban prácticos métodos para hacer limpieza del cerebro y desarrollar nuevas ideas.

Actos tan cotidianos como leer un libro, construir una maqueta, pasear contemplando el paisaje, cuidar plantas, nadar o cualquier otra distracción, además de relajarnos potencian la creatividad, fortalecen el rendimiento; limpian y oxigenan la mente de los prejuicios y la ofuscación; previenen el estrés, la ansiedad, la depresión y las enfermedades cardiovasculares; son una vía de escape ante las emociones negativas, la apatía y el bloqueo mental; y crea un sentimiento de integración y apoyo social.

De esta forma, envolviéndonos en ese estado al que llaman flow (fluir), dejándonos llevar por aquellas actividades que nos gustan, que elaboramos despreocupados y nos hacen olvidar el tiempo, conseguimos desacelerar, ver la realidad desde otra perspectiva y abrir la mente a nuevas ideas para volver a aprender.


EL VALOR DE LAS PERSONAS


¿Cuántas veces se ha oído la frase “no sirves”, “eres torpe” o “nunca llegarás a conseguirlo”? ¿Cuántas veces se han cerrado puertas, despreciando y rechazando iniciativas? Por poner un ejemplo claro, encontramos el famoso caso de Albert Einstein. Según nos cuenta Andrew Robinson (en su obra “Einstein, cien años de relatividad”, una biografía autorizada que publicó la Editorial Blume en Mayo de 2012), en el año 1894, cuando Einstein tenía 15 años, su profesor el Dr. Joseph Degenhart le dijo que nunca conseguiría nada en la vida: «tu sola presencia aquí mina el respeto que me debe la clase». ¿Qué hubiera ocurrido si su familia no le hubiera motivado entre las investigaciones que se realizaban en el taller familiar? Posiblemente que se hubiera cumplido la profecía de su simpático profesor Degenhart y no se hubiera convertido en uno de los grandes genios que revolucionó la ciencia y cuyo trabajo le valió el Premio Nobel de Física en 1921.


En el entorno laboral ocurre lo mismo. Existen herramientas como las ATP (Análisis de Puesto de Trabajo) que consisten en determinar cuáles son las características propias del puesto y las condiciones que se exige para desempeñarlo. En muchas ocasiones los trabajadores son asignados a puestos para los que no están preparados porque no reúnen las competencias suficientes. Y en vez de ubicarles en el departamento adecuado, se les obliga a desempeñar un trabajo que no va a ser eficiente. Como consecuencia, los superiores les reprochan bajo rendimiento laboral y fallo en el desempeño de sus obligaciones. El empleado se sentirá frustrado pensando que es un incompetente, un inepto; perderá la autoestima, la motivación, la seguridad en sí mismo; le invadirá un sentimiento de culpabilidad. Sufrirá dolores musculares, de cabeza, cansancio y falta de concentración y, desde el punto de vista psicológico, pasará de la apatía a la depresión. El problema no es del empleado: se le mantiene en un puesto que no le corresponde y además se le menosprecia.

Y en los demás ámbitos de la vida ocurre lo mismo. Siempre tenemos una discusión con padres que no paran de decirles a sus hijos que no valen para nada, que son tontos. La mayoría hacen comparaciones: «Mira a tu hermano que saca sobresaliente en matemáticas y tú un suficiente pelado». Y nosotros le preguntamos a los padres: ¿Ha pensado en algún momento en qué está mejor capacitado su hijo? Hay niños creativos que son pequeños genios en dibujo, otros realizan complejas operaciones matemáticas mentalmente o los hay superdotados que sacan un sobresaliente en todas las asignaturas. Es cierto que los niños necesitan una formación completa en todos los ámbitos, pero en vez de reprocharle en aquello que le cuesta aprender sería mejor ayudarle a superar ese obstáculo y potenciar las capacidades mejor desarrolladas. Nunca se puede menospreciar a un niño y menos obligarle a ser como otros. Incluso, no se debe proyectar las frustraciones de los adultos en los niños y querer que sean lo que los padres no pudieron ser.

Al hilo de esto, hace poco volvimos a recordar el libro de Jorge Bucay “26 cuentos para pensar” y había uno que nos hizo reflexionar sobre este tema. Se llama El verdadero valor del anillo:

«Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más? El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
 - Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado - más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
 ¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
 - ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
 - ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven.
 - Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda».

No podemos culparnos a nosotros mismos de lo que otros digan porque seguramente no saben valorarnos. Ante una puerta, dos, tres… que se cierran, hay que seguir luchando porque llegará un momento en que alguien descubra el tesoro que llevamos dentro y nos abra esa puerta que necesitamos. A partir de ahí todo comienza a ir bien. Hay que ser críticos y buscar aquellas personas que realmente son expertas, aquellos que no ponen obstáculos sino que ayudan a que evolucionemos. No podemos dejar de hacer algo por la simple idea de creer que somos incapaces de hacerlo.


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