¿Cuántas veces se ha oído
la frase “no sirves”, “eres torpe” o “nunca llegarás a conseguirlo”? ¿Cuántas
veces se han cerrado puertas, despreciando y rechazando iniciativas? Por poner
un ejemplo claro, encontramos el famoso caso de Albert Einstein. Según nos
cuenta Andrew Robinson (en su obra “Einstein, cien años de relatividad”, una
biografía autorizada que publicó la Editorial Blume en Mayo de 2012), en el año
1894, cuando Einstein tenía 15 años, su profesor el Dr. Joseph Degenhart le
dijo que nunca conseguiría nada en la vida: «tu sola presencia aquí mina el
respeto que me debe la clase». ¿Qué hubiera ocurrido si su familia no le
hubiera motivado entre las investigaciones que se realizaban en el taller
familiar? Posiblemente que se hubiera cumplido la profecía de su simpático
profesor Degenhart y no se hubiera convertido en uno de los grandes genios que
revolucionó la ciencia y cuyo trabajo le valió el Premio Nobel de Física en
1921.
En el entorno laboral
ocurre lo mismo. Existen herramientas como las ATP (Análisis de Puesto de
Trabajo) que consisten en determinar cuáles son las características propias del
puesto y las condiciones que se exige para desempeñarlo. En muchas ocasiones
los trabajadores son asignados a puestos para los que no están preparados porque
no reúnen las competencias suficientes. Y en vez de ubicarles en el
departamento adecuado, se les obliga a desempeñar un trabajo que no va a ser
eficiente. Como consecuencia, los superiores les reprochan bajo rendimiento
laboral y fallo en el desempeño de sus obligaciones. El empleado se sentirá
frustrado pensando que es un incompetente, un inepto; perderá la autoestima, la
motivación, la seguridad en sí mismo; le invadirá un sentimiento de
culpabilidad. Sufrirá dolores musculares, de cabeza, cansancio y falta de
concentración y, desde el punto de vista psicológico, pasará de la apatía a la
depresión. El problema no es del empleado: se le mantiene en un puesto que no
le corresponde y además se le menosprecia.
Y en los demás ámbitos de
la vida ocurre lo mismo. Siempre tenemos una discusión con padres que no paran de
decirles a sus hijos que no valen para nada, que son tontos. La mayoría hacen
comparaciones: «Mira a tu hermano que saca sobresaliente en matemáticas y tú un
suficiente pelado». Y nosotros le preguntamos a los padres: ¿Ha pensado en algún
momento en qué está mejor capacitado su hijo? Hay niños creativos que son
pequeños genios en dibujo, otros realizan complejas operaciones matemáticas
mentalmente o los hay superdotados que sacan un sobresaliente en todas las
asignaturas. Es cierto que los niños necesitan una formación completa en todos
los ámbitos, pero en vez de reprocharle en aquello que le cuesta aprender sería
mejor ayudarle a superar ese obstáculo y potenciar las capacidades mejor
desarrolladas. Nunca se puede menospreciar a un niño y menos obligarle a ser
como otros. Incluso, no se debe proyectar las frustraciones de los adultos en
los niños y querer que sean lo que los padres no pudieron ser.
Al hilo de esto, hace
poco volvimos a recordar el libro de Jorge Bucay “26 cuentos para pensar” y había uno
que nos hizo reflexionar sobre este tema. Se llama El verdadero valor del
anillo:
«Un joven concurrió a un
sabio en busca de ayuda.
- Vengo, maestro, porque
me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no
sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo
mejorar maestro? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más? El maestro, sin mirarlo,
le dijo:
- ¡Cuánto lo siento
muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas.
Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema
con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro
-titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades
postergadas.
- Bien -asintió el
maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano
izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera
y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es
necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de
una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y
partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo
miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el
anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le
daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la
molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a
cambio de un anillo.
En afán de ayudar,
alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven
tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó
la oferta.
Después de ofrecer su
joya a toda persona que se cruzaba en el mercado - más de cien personas- y
abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado
el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al
maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su
ayuda.
- Maestro -dijo- lo
siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó
3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del
verdadero valor del anillo.
- ¡Qué importante lo que
dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el
verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que
él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por
él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a
cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa,
lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro,
muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro
por su anillo.
- ¿¿¿¿58 monedas????
-exclamó el joven.
- Sí, -replicó el
joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero
no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió
emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el
maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y
valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces
por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a
ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda».
No podemos culparnos a nosotros mismos de lo que otros digan porque
seguramente no saben valorarnos. Ante una puerta, dos, tres… que se cierran,
hay que seguir luchando porque llegará un momento en que alguien descubra el
tesoro que llevamos dentro y nos abra esa puerta que necesitamos. A partir de
ahí todo comienza a ir bien. Hay que ser críticos y buscar aquellas personas
que realmente son expertas, aquellos que no ponen obstáculos sino que ayudan a
que evolucionemos. No podemos dejar de hacer algo por la simple idea de creer
que somos incapaces de hacerlo.